HISTORIA DEL FESTIVAL PABLO CASALS
El Festival Pablo Casals de Prades es uno de los escasos que nacen de la combinación inesperada de una necesidad artística muy grande, sumada a la posición apasionadamente comprometida de un humanista y artista excepcional.
Fiel al espíritu de su creador, propone, junto a las grandes obras maestras de la música de cámara, la posibilidad de descubrir repertorios menos conocidos, clásicos o contemporáneos. Cada año acoge a solistas mundialmente reconocidos. Es sin duda alguna uno de los festivales más antiguos existentes, a la par que uno de los más innovadores en la búsqueda de repertorios y de nuevos talentos.
El Festival Pablo Casals es también un vector de animación cultural y social en el Conflent. Asociado con la Escuela de Música del Conflent y los establecimientos escolares del Conflent, el Festival Pablo Casals organiza encuentros con los escolares a quien hace descubrir la música de cámara.
NACE EL FESTIVAL
El proyecto de Alexander Schneider, deseoso antes que nada de desligar a Pau Casals de su promesa, se centra en 1950 en la celebración del bicentenario de la muerte de Bach, músico enormemente apreciado por el Maestro. Para dicha ocasión, que se supone única, los más grandes intérpretes europeos y americanos, aceptarán desplazarse hasta el lugar y renunciarán a sus honorarios. Los beneficios serán destinados al hospital de Perpiñán, donde son tratados todavía numerosos refugiados españoles. A pesar de dudas y reticencias, a causa de las evidentes críticas, Casals entiende que no puede declinar un ofrecimiento de este tipo. Organizar un festival, constituir una orquesta, ensayar, todo ello es una peligrosa empresa de la que conoce bien los riesgos.
Especialmente si pensamos que la entonces pequeña ciudad de Prades no dispone ni de una infraestructura hotelera decente, solamente treinta habitaciones de hotel disponibles, ni de comunicaciones fáciles desde Perpiñán. Hay que reunir fondos, organizar el viaje y recepción de los músicos, ocuparse de la publicidad y, por encima de todo, encontrar un lugar que pueda acoger una docena de conciertos por un período de tres semanas. Alexander Schneider constituyó un comité
americano para financiar el festival y, localmente, las buenas voluntades se aúnan alrededor de un Pau Casals, que, como emergiendo del letargo, encuentra un nuevo aliento.
Casals, a sus 73 años, se involucra personalmente más que nadie en la empresa. Durante los cincuenta días que preceden el comienzo del Festival, con paternalismo, entusiasmo y serenidad, dirige los ensayos y da un consejo:
“Bach no es hombre rígido, mecánico, como se piensa con frecuencia. Es un hombre sensible, que acude al folclore continuamente. Necesita por lo tanto ser tocado con sensibilidad. Hay que comprender y sentir”.
El 2 de junio de 1950, día de la inauguración del Festival, a las 9 y media de la noche, no queda un solo lugar libre en la iglesia de Prades de la que apenas se pueden cerrar las puertas. Monseñor Pinson, obispo de Saint Flour, pronuncia las palabras de bienvenida. La multitud se pone de pie en silencio. Todo el mundo contiene la respiración. Pablo Casals entra, saluda con una inclinación y abre el concierto con la ineludible Suite n° 1 en sol mayor para violonchelo solo de Bach.
Con la creación del Festival Bach, el deseo secreto de Casals era encontrar de nuevo el espíritu del trío Cortot – Thibaut – Casals que en su día resucitara la música de cámara. Dedicar un festival completo solamente a Bach fue una apuesta de lo más audaz. En las ediciones posteriores, Beethoven, Brahms, Mendelssohn, Mozart, Schubert o Vivaldi serán también homenajeados y ya en los años 70 se les unieron los “modernos” Ravel o Debussy así como en los 2000 los “contemporáneos” Penderecki o Gershwin.
El FESTIVAL PABLO CASALS
Se ha escrito que Prades debe estar vinculado a Casals como Bayreuth a Wagner, Salzburgo a Mozart y Beethoven a Viena. Poco a poco el Festival Bach se va convirtiendo en Festival Pablo Casals, pero detrás del prestigio del acontecimiento, siempre con una repercusión considerable y al que asisten el presidente Vincent Auriol o la Reina Isabel de Bélgica, se esconden también grandes dificultades relacionadas con la organización y la financiación. Tocar con Casals no tiene precio. Es conocido el comentario de Alexander Schneider: “Aquí estamos cuarenta seres humanos que durante toda su vida quisieron expresarse como lo hacen los grandes directores o también los grandes solistas, y ahora tienen la oportunidad de hacerlo”. A partir de 1955, y hasta 1966, Enric Casals se encarga de la
dirección general del Festival. En este mismo año 1966, Pau Casals dirigirá “El Pessebre” en la abadía de Sant Miquel de Cuixà antes de instalarse definitivamente en Puerto Rico. Es una fecha simbólica.
Se acerca el 90 aniversario de Casals pero también los 900 años de la “Paz y tregua de Dios”, serie de concilios que tuvieron lugar hasta 1066 en distintos lugares del Rosellón, catalán en aquel entonces, en Toulouges, no muy lejos de Prades. El Festival de 1966 es también el escenario de otro acontecimiento: dos autocares de obreros de Barcelona viajan hasta Prades. El reencuentro con Casals es emocionante.
DESPUÉS DE CASALS
En 1967 no se celebra el Festival en Prades. Problemas de salud motivan la renuncia de Casals. Así como en 1957, año en que Casals sufrió una crisis cardíaca en pleno ensayo del Festival de Puerto Rico, los años que siguen a un año en blanco son sinónimos de movilización con la voluntad de respetar los deseos del Maestro de “seguir en Prades”. Activo en la organización del festival desde 1952, el pintor François Branger se convierte en Director Artístico del Festival entre 1968 y 1980. En septiembre de 1973, una nueva crisis cardíaca provoca poco después su muerte. Pero si los hombres ilustres disponen de la tierra entera como sepultura, es en Prades, al pie del Canigó, que sigue planeando el alma de Pau Casals, el más gran violoncellista de todos los tiempos. Al principio de los años 80, la Dirección Artística del Festival es confiada a Michel Lethiec, respaldado durante los primeros años por Leonard Rose, que ayudó al clarinetista a confortar y perpetuar un festival verdaderamente dedicado a la música de cámara y al estudio. Más de 35 brillantes ediciones se suceden bajo su mandato. En 2020 el violinista y director de orquesta Pierre Bleuse toma el relevo artístico con la intención de celebrar la música de cámara y explorar nuevos horizontes.